“Idiota” procede de la palabra griega ἰδιώτης, que originalmente servía para designar la preocupación por los asuntos privados y el desapego de lo público. Rigurosamente hablando, pues, ningún político o funcionario público podría ser un idiota, aunque las cosas han cambiado mucho desde que inventaron la democracia en Atenas allá por el siglo V antes de nuestra era. A finales del siglo XX la ideología neoliberal impulsó y propagó las privatizaciones de sectores públicos, como triunfo de la idiotez más supina. Debería ser percibida como la tremenda contradicción e infamia que es que un importante político diga que “entró en política para forrarse”. En este sentido la idiotez actual es mucho peor que la antigua; lo que se ha estado haciendo es utilizar lo público -lo que es de todos- para obtener beneficios privados. Socialismo ninguno puede ganar a gobiernos neoliberales o a la Santa Madre Iglesia en eso de expropiar la riqueza de los demás (o que es de los demás también).
Desde el exterior parece que se está dando en España una suerte de embriaguez colectiva desde las pasadas elecciones municipales y autonómicas, que en algunos casos podría ser completamente literal. La de algunos se debe a su perspectiva tremendamente ilusionada de que el bipartidismo ha muerto definitivamente; la de otros, en cambio, puede ser provocada por el sentimiento agónico de la derrota. Una paradójica derrota, dado que el PP sigue siendo el partido más votado, pero una derrota en toda regla. Vivieron como señores y señoras feudales, creyendo que duraría para siempre. Y sin embargo, viendo las reacciones de Rita Barberà y Esperanza Aguirre la noche electoral ante los medios, asistimos al crepúsculo de dos personajes a los que ya nos habíamos acostumbrado a ver en la escena política.
No es noche cerrada, pero cada vez parece que se les desquebraja un poco más el “Régimen del 78”. Lo que representan hoy los dos partidos que han venido siendo los más poderosos del Estado desde la “transición”, ha ido ganándose a pulso en las últimas décadas. El tipo de democracia que hemos conocido hasta ahora podía más o menos convencer a finales de los setenta, sobre todo en comparación con lo que por fin se dejaba atrás, pero hacia mediados de 2011 fue subiendo de tono un clamor popular que negaba efectividad a tal “democracia”.
Decían quienes prefieren la resignación (para los demás) que la indignación no servía para nada. Es verdad, la indignación que se queda en queja no sirve para mejorar la situación, aunque sí para apuntar hacia los problemas. Partiendo de ahí se trata de interpretar la realidad tejiendo un discurso capaz de cohesionar críticas dirigidas hacia lo mismo, y plantear alternativas. Decían, también con sorna, que lo que había que hacer era presentarse a las elecciones. No les temblaba la voz ni se atisbaba en ellos la más mínima preocupación. A día de hoy parece que Manuela Carmena va a ser alcaldesa de Madrid y Ada Colau de Barcelona. Entre eso y la pitada al himno nacional en el Camp Nou por parte de miles de vascos y catalanes, algunos del centro -de la península- no pueden evitar proclamar que la democracia occidental llega a su fin.
En todo caso, lo que se tambalea es el consenso en torno al citado régimen del 78. ¿España se rompe? ¿Cuándo no ha estado rota? Incluso cuando debía haber un crucifijo en cada aula, debía hacerse el saludo romano o cuando la imagen del rey Juan Carlos I pretendía representar unidad y reconciliación entre “las dos Españas”, a pesar de toda la homogeneización que se le haya querido imponer, siempre ha estado rota. No solo por las distintas lenguas e identidades nacionales que coexisten en el mismo Estado, sino también porque se ven obligadas a convivir perspectivas fuertemente opuestas acerca del franquismo, la tauromaquia, el catolicismo, la monarquía, la justicia… y, en suma, por lo que es o podría ser un Estado justo en el que poder e incluso querer convivir. A un amplio sector social en el que me incluyo, la clase trabajadora de toda la vida, nos costaba mucho mantener esa convivencia con mayorías absolutas del PP y con total acuerdo entre dicho partido y PSOE en medidas económicas neoliberales. Pero el caso es que ya no solo es que cueste más o menos, y estamos hablando también de costes económicos, es que desde el momento en que el Estado legitima el desahucio de una o más personas sin alternativa habitacional la convivencia está rota. Pero la violencia ejercida y legitimada por las instituciones va siendo cada vez más percibida como lo que es y no como algo que no puede ser de otra manera. Lo público, a medida que va menguando va recobrando el respaldo de la ciudadanía, pues repercute en el bienestar general y éste se encuentra bajo mínimos.
Después de unos últimos años repitiendo sin parar “¿pero cómo puede ser? ¿cómo pueden seguir gobernando estos idiotas que nos lo están robando todo?”, las recientes elecciones abren caminos nuevos. El talante despótico y los comportamientos mafiosos de los políticos puede que dejen de ser la norma. La defensa de los derechos sociales ahora tiene más fuerza y seguramente sea eso lo que tiene en un sinvivir a los que solo quieren enriquecerse a cualquier coste. Aún no se habían recuperado de la victoria de Syriza en Grecia y resulta que en España también hay mucha gente que se ha hartado de tanta corrupción y de rescatar a los bancos. Ya veremos qué se les ocurre de cara a las generales para “frenar el radicalismo”. Su hegemonía está perdida y lo están sintiendo. Ahora existe la posibilidad de que Barcelona no sea más una “ciutat morta”, que los vecinos del cabanyal no pierdan sus casas y se haga justicia con las víctimas del metro en Valencia, que Madrid sea por fin una capital de cultura y no de contaminación, y un largo etcétera. Pero lo principal, lo que es realmente urgente es solucionar los problemas de absoluta miseria en los que está inmersa una parte importantísima de la población. Las cifras de pobreza infantil en España hacen sentir auténtica vergüenza; no se puede seguir con el mismo proyecto de país, si es que lo hubo en algún momento con los últimos gobiernos. Que se les acabe el tiempo, las elecciones generales están a la vuelta de la esquina.