Autor: Pelayo Molinero Gete es natural de Castilla La Vieja. Estudió magisterio y periodismo en Madrid y ha viajado y vivido en lugares como Sydney, Londres o Nicaragua. Fruto de estas y otras muchas experiencias nace esta novela, por llamarlo de alguna manera.
En Noches de primavera austral el narrador va entretejiendo recuerdos lejanos e inmediatos para comprender, desde un país lejano, lo que ha dejado atrás, lo cual da lugar a un retrato social y político de la España de los noventa.
El País, periodicidad semanal, papel muy ligero, edición internacional: Haro Tecglen, Vicent, Vázquez Montalbán, el Roto; Rosa Montero, a ver Rosa Montero, a ver esta mujer que dice que es de izquierdas, Juan José Millás, a lo mejor Juán José Millás da en el clavo y lo ve todo de otra forma, o Juan Cruz; Robert seguía enfocando a la montaña. Muñoz Molina, Felix de Azúa, Maruja Torres, sí, Maruja Torres, no puede ser que sean tan golfos, no puede ser que todos sean tan sinvergüenzas y tan hijos de puta como dice Albiac, ¿por qué va a llevar siempre la razón Albiac?, ¿o Javier Ortiz?, ¿tampoco Jesús Cacho?, a lo mejor después resulta que todo es un bulo, se te ocurre en medio del aturdimiento, de la modorra, del sopor del ambiente a medida que avanza el día y aprieta el calor, propaganda de la derecha, tú mismo me lo decías en tus cartas, Miguel, ¿lo recuerdas?,
(página 102, Noches de primavera austral)
¿Qué puede pasar cuando te marchas de España y te propones saber lo menos posible de tu país? ¿Se puede conseguir? ¿Merece la pena? ¿Es posible desconectar alguna vez? ¿Tiene algún sentido intentarlo? ¿Puede uno ponerse en la piel de un extranjero para entender cómo es su país? ¿Qué te puede mover a preguntarte que pasará, cómo irán las cosas por allí? ¿Qué ocurre cuando pasado un tiempo empiezas a comprobar que es imposible olvidarte, quieras o no, de que tienes un país de nacimiento y que al final no podrás resistir la tentación y acabarás echando un ojo a ver qué pasa? ¿Y si, además, eso ocurre cuando, precisamente, España está de moda por las olimpíadas, la expo, el AVE, el quinto centenario del “descubrimiento” de América? ¿No es un despropósito querer hacer borrón y cuenta nueva como si uno pudiera ser de donde le diera la gana ? ¿Qué puede pasar cuando te propones ajustar cuentas y ves que ya es imposible casi todo porque pesa como una losa?
1992. Australia. España queda lejos, pero es el año en el que culmina una década que empezó diez años antes, el 28 de octubre de 1982, cuando el partido socialista de Felipe González y Alfonso Guerra consigue 202 diputados y se abre un frente de esperanza de norte a sur. Cuando finalmente, siete años después de la muerte de Franco, consigue el gobierno un partido de los derrotados en la guerra civil. Todo es posible. Con 202 diputados parece que ya no hay nada que se resista. Definitivamente España ha entrado en otra época. Los ochenta estallan con una estética juvenil que se abre a otro mundo, a otra cultura, a una perspectiva que ya no tiene nada que ver ni con el empuje final del derribo/muerte de la dictadura por defunción del dictador ni con la celebración alegre de la certificación colectiva de su final. Es el comienzo, no el final de otra época. Eso lo comprobamos todos, lo sentimos así, lo vemos y lo oímos. La música, el cine, la televisión van dejando pruebas ya irreversibles de que estrenamos época, al menos los españoles. Y así llegamos a los noventa, la década elegida como telón de fondo de Noches de primavera austral.
Han pasado diez años de aquel 28 de octubre de 1982 y a España le va a tocar salir a la pizarra internacional a dar la lección, a lucir sus galas de modernidad con las olimpíadas de Barcelona, la exposición universal de Sevilla, el V centenario del descubrimiento de América, la inauguración del AVE Madrid-Sevilla. En el escaparate nacional e internacional parece que a los españoles de 1992 España se les ha reservado el mejor stand, para que lo vea todo el mundo. Y desde todas las instituciones hay acuerdo. Ahora sí, esto funciona. Los catalanes están contentos, los andaluces también, solo queda el siniestro nubarrón del terrorismo de ETA, y España aparece así en los noticiarios internacionales. Han pasado los conflictos de la reconversión industrial y ya lo que ocurre en España parece que es, definitivamente, lo que cíclicamente puede ocurrir en cualquier país, incluidos los “problemillas” de corrupción que de vez en cuando pueden pasar en cualquier estado. Eso parece.
En medio de este ambiente de euforia, uno deja España precisamente en el mejor momento, enterado de que hay algunos jirones que han ido dejando el cuerpo no tan lucido como parece, pero bueno… La realidad política y económica nacional que ha ido aupando a España a este año de éxitos internacionales ha dejado ya algunos episodios no tan deslumbrantes. Los escándalos políticos y económicos han ido apareciendo, y a uno, que se proponía no saber nada, no le ha quedado más remedio que ponerse al día rápidamente y hacer un cursillo acelerado de actualidad. Para eso están los amigos, o los enemigos que uno deja cuando se va. Esos que te envían cartas con recortes de periódicos, con comentarios, con columnas, con artículos de fondo y con reportajes que se empeñan en ver la mugre que hay debajo de la alfombra, mientras otros amigos persisten en su empeño de evitar que te contaminen los que siempre están dispuestos a amargarte la vida con las malas noticias, con las peores predicciones, con la resignación del esto no tiene arreglo.
Noches de primavera austral se enmarca en este contexto. Y al tiempo que da cuenta de lo que se deja atrás, se abre al mundo de un país joven, Australia, un país/continente sin apenas pasado, sin esas claves históricas de casi dos mil años que aprendemos de memoria en las escuelas, como pasa en la Europa en la que se enmarca nuestro país, una España en la que para entender un artículo o una columna de actualidad hay que remontarse a Séneca, San Isidoro de Sevilla, Recaredo, o los entresijos del compromiso de Caspe. Es cierto que en Australia vivían aborígenes desde hacía miles de años, pero la Australia de la que hablamos es un país reciente, que comparado con la vieja Europa o con España apenas requiere un conocimiento que abarca un período reciente y moderno. ¿Es esto un inconveniente o una ventaja?
Hacer un ajuste de cuentas entre dos personajes que intentan confrontar la realidad sin entrar en los reproches y conservar su amistad, pero que al final no tienen otro remedio que reconocer de dónde vienen es el propósito de Noches de primavera austral, entre otras cosas. La mayoría de las historias que se cuentan arrancan de hechos reales que luego evolucionan muy libremente de acuerdo con la imaginación de quien escribe. El contraste entre uno y otro país va dando lugar a diversas consideraciones, enmarcadas también en el mundo de la emigración española, en el mundo de los españoles que emigraron y tampoco reconocen ya su realidad ni como españoles ni como australianos. En el fondo, Noches de primavera austral penetra en ese conflicto de identidad que aparece cuando uno ya no puede ser ni una cosa ni otra, cuando uno ya no es ni de aquí ni de allá, pero que sin embargo puede parecer muy de allá a los de aquí, y muy de aquí a los de allá. El regreso –reflejado metafóricamente en ese ir y venir del boomerang- refleja ese parecer, y produce el desconcierto tanto en el protagonista, Fernando -que ya no sabe ni dónde está su sitio, ni que puede decir de lo que le pasa porque tiene la sensación de que muy pocos le van a entender-, como en su amigo, Miguel, empeñado en conseguir de su amigo Fernando unos reportajes de Australia que nunca acaban de llegar al final de lo esperado por los dos.
Llegará un momento en que ya no estarás a gusto en ningún sitio, dice el protagonista en algún momento. Y así es. La compañía de mudanzas te puede empaquetar los libros, las películas que te llevas, la ropa, hasta las perchas, ¿pero en qué caja ponemos el alma, tu identidad? A la vuelta la profesionalidad de la compañía de mudanzas se repite. Pero la pregunta es la misma: ¿Y ahora en que caja encontramos el alma? Hay algo que se queda fuera. Lo llevas tú contigo, pero no lo encuentras. Tu país, tampoco.
Coslada, 5 de febrero de 2017
FRAGMENTOS DEL LIBRO
¿Os imagináis todas las noches así? Vivir aquí tiene que ser un sueño, ¿verdad? Yo me pasaría el día mirando. ¿Aquello ya es el Pacífico, no? Sí, Pacific Ocean, Tasmanian Sea, mar de Tasmania. Y a la izquierda, al fondo, Harbour Bridge. Y a este lado Opera House. ¿No te parece mentira que estemos aquí? Sí, me parece mentira. No me canso de mirar. Y ahora de noche todas esas luces. Muy lindo, si. Hay que tener muchos dólares para poder vivir aquí. Ya lo hemos dicho nosotras, un sueño, ¿verdad? Dejaros de sueños y de dólares, aprovechad ahora que cualquiera sabe cuándo nos vamos a ver así. Breathtaking views, stunning views. Parecéis del Real Estate. A propósito de views, desde aquí se ve mucho mejor la parte norte, ¿verdad? Por supuesto. North shore, así dicen ellos. Si queréis ver bien todo el puerto tenéis que subir a uno de esos rascacielos de la city. ¿Me puedes pasar esa salsa, por favor? Gracias. Las vistas, el puerto, las bahías, las salsas, el marisco, el arroz, los vinos, la música, por favor, gracias: cualquiera que nos hubiera visto habría dicho lo mismo: que lo estábamos pasando muy bien.
(Noches de primavera austral, página 13, comienzo)
Mientras Robert enfocaba a la montaña yo estiraba las piernas y, por entretenerme un poco después de mirar una vez más al horizonte, alargaba el brazo hasta alcanzar mi mochila. Sacaba la edición internacional de El País que esa misma mañana, como hacía todos los viernes, había comprado en el Club Español de Sydney y empezaba la primera sesión. Olvídate ya de El País me advertía Patricio en su último envío, olvídate, camarada, a ver cuando vas a aprender, a ver cuando me vas a hacer caso de una puta vez, que ya va siendo hora, camarada, que ya va siendo hora, olvídate de El País y haz como yo,
(página 97)
Seguirías aquí, hecho un asco, amargado en un instituto de mala muerte, con los chicos de la LOGSE, tren de cercanías, un año en Fuenlabrada, otro en Torrejón, ¿cómo se llamaba el barrio?, Las Fronteras, sí, con los cazas americanos, los F-14 cada cinco minutos sobrevolando la barriada como si fuera el último reducto de guerrilleros del vietcom, no invento nada, eso me decías tú, ¿ya no te acuerdas?, los vemos por la ventana, bueno, los oímos, porque apenas los vemos, pasan como rayos, un ruido atronador, parece que van a bombardearnos los patios como si fueran pistas secretas de despegue de la aviación enemiga, menos de un segundo, un ruido que te hace temblar, en medio de un soneto, al comienzo de un poema, ¿cómo era ese de Pedro Salinas que te gustaba tanto? «Para vivir no quiero islas, palacios, torres, que alegría más alta vivir en los pronombres», y entre palacios y torres el vuelo rasante de uno o dos cazas americanos, y a empezar otra vez el poema, o el soneto de Gerardo Diego: «Enhiesto surtido de sombra y sueño/que acongojas al cielo con tu lanza», y entre cielo y lanza, como un relámpago, otro vuelo de otro caza de la base de Torrejón, sólo faltaban las sirenas de alarma para que acudiéramos al refugio mientras descargaban las bombas, El ciprés de Silos, cada tres minutos, a veces dos o tres cazas seguidos, «Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza/peregrina al azar, mi alma sin dueño», no se oía nada más que el estruendo del F-14 pero yo seguía, es verdad, Miguel, como un autómata, el primer año no, el primer año esperaba que pasaran los F-14, pero al siguiente ni caso, sólo se me veía mover los labios hasta acabar el soneto, «Como tú, negra torre de arduos filos/ejemplo de delirios verticales/mudo ciprés en el fervor de Silos», el ruido ensordecedor de los cazas de la base hacía más mudo aún al ciprés de Silos. Con la prosa parecía que el estruendo podría resultar más llevadero, menos provocador, pero tampoco:
«El coronel contempló los almendros plomizos a través de la
lluvia. Era una tarde desierta.
—La lluvia distinta desde esta ventana —dijo—. Es como si estuviera lloviendo en otro pueblo.
—La lluvia es la lluvia desde cualquier parte —replicó don Sabas. Puso a hervir la jeringuilla sobre la cubierta de vidrio del escritorio—.Este es un pueblo de mierda».
Eso pensabas tú apenas oías el F-14 sobrevolar la autovía de Barcelona. «Este es un pueblo de mierda». García Márquez, El Coronel no tiene quien le escriba. Plaza Janés, apenas 100 páginas. A ver si esta que es breve les gusta. Siempre buscando algo breve. Pasábamos de El lazarillo de Tormes a El coronel no tiene quien le escriba. No más de cien páginas.
Y luego Coslada, Alcalá de Henares, Instituto Mateo Alemán, un nombre inmejorable, Mateo Alemán, el de filosofía con su montado de panceta en la cantina y lamentándose se de que a los alumnos de cuarto de la ESO les dejaba indiferentes la navaja de Ockham, y nos lo recitaba entre un bocado y otro: «La explicación más simple y suficiente es la más probable más no necesariamente la verdadera», o el escepticismo de Hume, David Hume, yo sintonicé con Hume en Australia, hubieras seguido aquí aguantando de todo, en cualquier andurrial del extrarradio, hubiera ido otro por ti y ya está, la Tierra seguiría dando vueltas, claro, otro, pero tú bien que me pediste que te echara una mano, ¿lo has pensado alguna vez?
(Paginas 50-51)
“Grupo PRISA, olvídate ya de esa mierda. Deja esa mierda, por favor. Antes de marcharme. Eso me repetía Patricio antes de marcharme.Si quieres enterarte de lo que pasa en este país tienes que olvidarte de una puta vez del grupo PRISA. ¿A qué esperas, Fernando? ¿A qué coño esperas? Tienes que decidirte, aunque te duela. Empieza con Albiac, por ejemplo, ¿no dices que a ti te va la claridad, la concisión, la yuxtaposición, las frases cortas? Pues ya está, Fernando, ya está. Además, ese fue de los nuestros. Esos son los peores, me aseguraba Miguel. Ese se la tiene jurada a Cebrián”.
(Página 100)