El feminismo, como teoría filosófica y como movimiento sociocultural y político, existe y debe seguir existiendo por el mero hecho de que no hay igualdad entre géneros ni entre identidades sexuales. El punto de mira, el sistema al que nos enfrentamos y que estructura nuestro mundo, es el patriarcado o heteropatriarcado. En esta realidad que hemos construido y que nos construye, el hombre (blanco y heterosexual, preferiblemente) es El Sujeto, mientras que las mujeres somos objetos -de deseo-, cuando no invisibles (como todo el colectivo LGTB y demás grupos “marginados”). El feminismo, en mi opinión, no debe reducirse a protestar por los techos de cristal en las empresas o instituciones, o a hacer proclamas superficiales de vez en cuando contra la violencia machista. Resumiendo, el feminismo no puede reducirse al feminismo burgués, al estilo Hillary Clinton, al que olvida a todas esas “parias” que no solo carecen de pene (en la mayoría de los casos) y de reconocimiento, sino también de dinero.
Sin embargo no solo el feminismo burgués está dejando fuera a muchas compañeras, sino a mi juicio también lo hacen quienes quieren retirar el “carnet de feminista” a las trabajadoras sexuales que se reivindican mujeres libres y feministas. Sin ser algo novedoso, parece que la polémica sobre el trabajo sexual se ha desatado en España desde el famoso vídeo de Amarna Miller, “Patria”. Aun coincidiendo con, quizá, la mayoría de críticas de Miller a la hipocresía y doble moral imperantes, no tardaron en aparecer numerosas feministas para señalar que una actriz porno como ella no puede ser feminista porque está lucrándose con la venta de su cuerpo y reproduciendo los roles patriarcales que oprimen a las mujeres.
En torno a este debate sobre la prostitución y la pornografía, quise documentarme y beber de distintas fuentes teóricas para formarme una opinión al respecto. Después de leer y escuchar a muchas abolicionistas y a muchas trabajadoras sexuales o feministas que reivindican los derechos de todas las mujeres, recientemente tuve la oportunidad de pasar una tarde conversando con una trabajadora sexual holandesa del barrio rojo de Amsterdam. La señora, a la que llamaremos Asha, cuenta con veintitrés años de experiencia en la prostitución y asimismo como activista en el centro de información sobre prostitución, hoy llamado PIC & PROUD, situado enfrente de la iglesia más antigua de la ciudad: la Oude Kerk.
La organización, me comenta, fue fundada en 1994 por Mariska Majoor, autora de varios libros reconocidos sobre el trabajo sexual basados en su propia experiencia. Al centro de información por y para las prostitutas de Amsterdam se unió la asociación “PROUD” (orgullo en inglés) en 2005, que además asesora y defiende en asuntos jurídicos a las trabajadoras que lo requieran. Asha comienza como dándome una clase de historia, remontándose a los años noventa y de los cambios que trajo consigo la ley holandesa del año 2000. Aunque ejercer la prostitución no era ilegal antes de ese cambio legislativo, lo que supuso un cambio notable fue la regulación de la misma mediante un sistema de licencias para los locales donde se ejerce (burdeles, pisos con escaparates donde se exhiben, agencias de escorts, etc.), que a su vez varía dependiendo de las normativas municipales de cada ciudad. Por ejemplo, me cuenta, en otras ciudades holandesas se aplican normas como “estar a más de x metros de iglesias o colegios”, u otras regulaciones pueden variar, “aunque en Amsterdam como puedes ver no hay problema con la cercanía de las iglesias”, dice señalando la Oude Kerk. Al parecer no son licencias fáciles de conseguir y para mantenerlas se deben pasar las frecuentes inspecciones en materia de seguridad y de higiene.
Las trabajadoras sexuales no han de tener “licencia” pero sí pasaporte europeo, seguro médico privado (obligatorio en este país) y más de veintiún años. Existen dos caminos para ejercer la prostitución legalmente en los Países Bajos: por cuenta propia o en un club o una agencia de escorts y cosas por el estilo. Las autónomas como Asha tienen que estar registradas como tal, lo que supone una pérdida de anonimato, pero tienen las mismas condiciones laborales que el resto de trabajadores en Holanda; pagan impuestos, cotizan para una pensión y pueden acceder a servicios sociales. Muchas de ellas alquilan los famosos locales con escaparate, cuyo precio oscila entre los 85 y los 185 euros por jornada, y que tienen cámaras por fuera y un botón de alarma dentro. No es así en el caso de las otras trabajadoras, con quienes Asha continúa reivindicando que puedan tener los mismos derechos laborales que las demás. Sin ser autónomas, tampoco están propiamente empleadas por los propietarios de los prostíbulos, por lo que éstos no tienen derecho a decirles con qué clientes o con cuántos deben trabajar, pero sí les establecen horarios y otras reglas como cualquier jefe. Asha relata la cantidad de problemas a los que se llevan enfrentando todos estos años desde el PIC-PROUD y la cantidad de chicas que acuden allí buscando asesoramiento y apoyo.
Asha dice estar acostumbrada a viajar por toda Holanda dando charlas u organizando actividades y protestas con su colectivo. Sin recurrir a ninguna nota comienza a bombardearme con datos, así que saco la libreta: hay alrededor de 20.000 trabajadoras sexuales en Holanda, de las cuales solo un 10% no han nacido en Europa, aunque tienen pasaporte europeo (de lo contrario no podrían ejercer la prostitución legalmente). Mientras que tan solo un 5% son holandesas, el 85% restante procede del este de Europa, principalmente de Rumanía, Hungría y Bulgaria. Cuando Asha me encontró algo perpleja me dijo que para ella no era en absoluto sorprendente porque tiene una casa en Rumanía, a la que acude cuando tiene vacaciones, y conoce la situación del país. Además, dice, lleva más de veinte años relacionándose muy a menudo con mujeres rumanas que están en Holanda ejerciendo la prostitución y ha escuchado miles de historias: desde chicas muy pobres que llegaban de zonas rurales de Rumanía y, con lo que ganaban prostituyéndose en Amsterdam, en pocos años podían comprarse una casa en su país y volvían, a otras que se dedicaban al trabajo sexual para pagarse unos estudios de manera temporal u otras para alimentar a sus hijos. Siendo el salario mínimo interprofesional mensual en Rumanía menor a 300 euros, cantidad económica que una prostituta en Amsterdam puede conseguir en un día, para Asha el misterio está resuelto. Me dice que para muchas chicas que ha conocido, la prostitución ha supuesto “mejorar sus vidas”, en tanto que se han podido comprar una vivienda cuando antes no tenían nada, por ejemplo. No obstante, en su opinión siempre tienes la opción de no prostituirte por más pobre que seas; no considera que en los casos en los que no hay trata ni proxenetismo (todo ello ilegal y perseguido, teóricamente) haya una obligación o una falta de alternativas para las mujeres. “Puedes dedicarte a cualquier otra cosa, limpiar o lo que sea. Pero no vas a ganar tanto dinero y ese es el motivo principal por el que vienen voluntariamente muchas chicas. Todo el mundo no tiene una carrera, ni una buena educación o una vida fácil. Ya que tienes que trabajar en algo, mejor si ganas más dinero en menos tiempo”, argumenta Asha. Por mi parte, no puedo evitar pensar que con el malvado socialismo todos los ciudadanos de la URSS tenían vivienda, educación, sanidad y demás bienes y servicios gratuitamente, por lo que muchas de las mujeres del este de Europa no tendrían que elegir entre prostituirse en el extranjero para ahorrar o vivir debajo de un puente en sus países. Pero en la sociedad europea actual todo es susceptible de mercantilización, aunque Asha se muestra contundente cuando le pregunto si ella vende su cuerpo: “mi cuerpo me pertenece a mí, mi cuerpo es mío”. Ella lo describe como un mero intercambio de servicios a cambio de dinero, como cualquier otro trabajo en este sentido, aunque reconoce que es un trabajo “peculiar” porque es un trabajo sexual y existe un tabú y una estigmatización social hacia ello que no deja de suponerles problemas.
Al preguntarle por el porcentaje de trabajadores sexuales varones en Amsterdam, me contesta que son alrededor de un 1%. “Esto tampoco es sorprendente, dado que no hay demanda femenina heterosexual en la prostitución. Quizá es injusto pero el mundo no es un lugar maravilloso y aquí cada cual juega con lo que tiene. En cualquier asunto que tenga demanda y haya dinero de por medio va a haber gente ofertando lo que se demanda por dinero, es así de simple”. Con la cuestión de la ética no es menos rotunda: “la ética no me paga las facturas”.
Estando ya avanzada la conversación, Asha comenta como por casualidad que también trabaja como enfermera en un hospital. Sin embargo, lleva más de veinte años prostituyéndose regularmente y además siendo muy activa en PIC-PROUD. “El estigma sigue siendo muy fuerte y seguimos encontrando mucho rechazo también por parte de feministas. Alguna gente nos critica apelando a la moral cristiana, pero también hay quien se cree con una moral superior aunque no sea religiosa”.
Casi acabando, le tengo que preguntar por la legislación sueca y la comparación con otros países del mundo. Asha incluso se altera cuando comienza a enumerar todas las mentiras que, según ella, se propagan a nivel estadístico o de estudios que siempre terminan estigmatizando aún más al colectivo. Los casos de violencia extrema son mucho más habituales donde el trabajo sexual es ilegal (me cita Estados Unidos) o donde está penado su consumo que, por ejemplo, en Holanda. “En este país, cada año, más de cincuenta mujeres son asesinadas por sus maridos. Si las feministas que me niegan hasta la existencia por ejercer la prostitución voluntariamente quieren hablar de estadísticas, hablemos. Comparemos las trabajadoras sexuales asesinadas por clientes en Holanda y las mujeres holandesas casadas que fueron asesinadas por sus maridos el año pasado. No he escuchado a ninguna de esas feministas decir que haya que abolir el matrimonio porque conlleva violencia y opresión heteropatriarcal. Estadísticamente, repito, la mayor parte de violaciones y asesinatos a mujeres en el mundo ocurren en sus propias camas, en sus ámbitos domésticos y familiares, por parte de novios, maridos, padres, tíos, primos… ¿Se puede ser feminista y defender la familia pero no la prostitución?”
Sin estar de acuerdo en todo lo hablado con Asha, estas palabras me sacudieron la conciencia. Tanto ella, como yo, como cualquier persona demócrata o simplemente sensata, creemos que hay que abolir la trata y cualquier tipo de prostitución forzada. Sin embargo, las que se prostituyen porque prefieren ser explotadas por el capital ofreciendo sexo en lugar de ofrecer otros servicios o realizando otros trabajos también basados en la explotación, deberían tener los mismos derechos laborales que el resto de población activa del país.

“Belle”, estatua de bronce que representa a una prostituta en postura firme y digna, en cuya placa reza: “Respect sex workers all over the world”. Creada por la escultora Els Rijerse en 2007, a petición de Mariska Majoor.
Como conclusión personal creo que las feministas de izquierdas haríamos bien en centrarnos en otros tipos de expropiación, no en la que usurpa a otras mujeres el poder de decidir sobre sus cuerpos. Las mujeres llevamos siglos de trabajo duro no reconocido ni remunerado; siglos sin decidir sobre nuestros propios cuerpos, siempre propiedad de nuestros maridos, padres, de la Iglesia o del Estado; siglos sin gozar libremente de los placeres del sexo, porque estos solo estaban reservados para hombres. Sin defender la legislación holandesa sobre la prostitución ni queriendo obviar que se trata de un trabajo enfocado al consumo masculino heterosexual, yo no me voy a atrever a decirle a nadie lo que tiene que hacer con su cuerpo, de la misma forma que defenderé a muerte mi derecho de hacer con el mío lo que yo considere. Me cuesta entender de qué forma pretenden desde ciertos sectores que las mujeres se empoderen si les siguen tratando como a idiotas que no saben lo que les conviene o como a víctimas que necesitan ser salvadas. Como en cualquier otra lucha de estas características, deben tener voz las implicadas y ser escuchadas; no necesitan que se hable por ellas.
Creo que, efectivamente, a las mujeres siempre nos cosifican y erotizan y, sin gustarme esa realidad, también creo firmemente que si hay mujeres que utilizan su capital erótico (término acuñado por la socióloga Catherine Hakim, queriendo extender la teoría de Bourdieu) en beneficio propio pueden empoderarse.